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domingo, 20 de julio de 2014

LA PUBLICIDAD MODERNISTA

El Modernismo ha sido, es y sigue siendo sinónimo de Barcelona, tanto para los millones de turistas que nos visitan como para los barceloneses que paseamos -o "anem de bòlid"-, muchas veces sin fijarnos, entre los numerosos edificios y detalles modernistas que nos rodean. 
Estamos tan acostumbrados a nuestro modernismo que ni nos molestamos en alzar la vista y detenernos un segundo para contemplar las maravillas que nos rodean y hasta nos llegamos a extrañar al ver a 20 japoneses haciendo fotos a un picaporte con forma de dragón...

Tiendas, bancos, farolas, picaportes, vidrieras, edificios, cúpulas, porterías, letreros comerciales, antiguos anuncios... Ante el pasotismo que, demasiadas veces, mostramos creo que muchos de nosotros deberíamos ser de vez en cuando turistas en nuestra propia ciudad. Por ejemplo, ¿alguien ha visitado el Museo Modernista, sito en la calle Balmes?... Yo desde luego, no, pero lo haré. Prometido.

Pues ese Modernismo, al que estamos tan acostumbrados, nos ha dejado -además de edificios singulares- una obra pictórica, escultórica y gráfica de primer orden: Ramón Casas, Santiago Russiñol, Joaquim Sunyer, Anglada Camarasa, Joan Brull, Canals, Gosé, Sert, Utrillo, Riquer y un largo etc., son los artistas responsables de este legado.

Al mejor estilo del que se hacía en Paris, estos artistas volcaron sus dotes en el cartelismo tan en boga desde finales del siglo XIX y que perduró hasta la llegada de la televisión y sus anuncios animados de los años 60. Durante largos años, el cartelismo movió la vida y "acondicionó" los gustos de las personas, dejándonos unas obras de incalculable valor y que definen perfectamente toda una época: Codorniu, Chocolates Amatller, Anis del Mono, Coñac Barbier, Vichy Catalán, etc...

Esta es una pequeña muestra del cartelismo modernista de los siglos XIX y XX.

1 comentario:

Irónico dijo...

Tienes razón en algo que apuntas, lo tenemos tan asumido que pasamos de ello. Además, tenemos una especie de
complejo, el de parecer un turista. No te cuento lo que me costó visitar la Pedrera o la Sagrada Familia, me pilló un complejo de turista sin disfraz terrible. Me sentía fuera de lugar y estaba en mi ciudad. Vamos, el colmo del disparate.
Otra cosa que hacemos es dejarlo para otro día, como siempre está ahí... mejor cuando no hayan tanta gente; es decir, nunca.