En 1862 Josep Cerdà pidió licencia para edificar una de las primeras casas en el nuevo distrito del ensanche, sin embargo y a pesar de ser una zona notable por sus recursos acuíferos -los torrentes que bajaban de Collcerola y las capas freáticas-, el Ayuntamiento no tenía resuelto el abastecimiento de agua potable a todas las viviendas, lo que obligó a que los propietarios se organizaran para encontrar soluciones.
El 14 de octubre de 1862 Jaume Safont i Lluch, intendente honorario de provincia, concedió un terreno ubicado en la manzana -31, 32, LL, M- a la Sociedad Ensanche y Mejora de Barcelona, quienes encargaron al arquitecto Josep Oriol Mestres la construcción de una torre lo suficientemente grande como para garantizar el abastecimiento de agua potable en la zona.
El proyecto original contemplaba la construcción de una torre de planta hexagonal de 24 metros de altura con capacidad para almacenar 730m³ de agua, pero el arquitecto municipal no aprobó el proyecto alegando que sobrepasaba los 20 metros de altura máximos permitidos en el ensanche. El 30 de mayo de 1867, el alcalde Luis Rodríguez Téllez, concedió el permiso para poder realizar el depósito tras considerar que no se podía garantizar el fluido en los edificios altos si el punto más elevado de la torre medía lo mismo.
En un edificio adyacente se instaló una máquina de vapor de 20cv, que posteriormente se electrificó, para hacer subir el agua del pozo a la parte superior de la torre, donde estaba situado el depósito.
Con la construcción terminada, se inició la red de tuberías para repartir el fluido a las zonas cercanas.
El 15 de junio de 1870 el terreno que ocupada la torre, a manos de Crédito y Fomento del Ensanche de Barcelona, fue adquirido por la Asociación de Propietarios de Agua del Ensanche. Ese mismo año, la torre fue elevada un piso más para poder aumentar la presión del agua.
Más de un siglo más tarde, en 1987, el Ayuntamiento de Barcelona inició el embargo de los terrenos por deudas y un año más tarde, fueron expropiados y reconvertidos en el primer interior de isla recuperado como espacio público del Ensanche, donde a los pies de la torre se ha creado una piscina y una pequeña playa artificial a la que, durante los meses de verano, pueden asistir los niños de la zona. (Roger de Llùria, 56)
En el fondo se trata de un rescate, en parte, de la idea inicial de Cerdá que, al diseñar el Ensanche, tenía la intención que esos grandes patios interiores fueran lugares de cohesión social, con espacios para los niños, las familias u otro tipo de equipamientos para uso de toda la comunidad.
Este edificio, para mi, no es emblemático ni está en ningún circuito turístico, pero demuestra que los patios interiores del Ensanche, que no sirven más que para tender ropa, podrían convertirse en hermosos parques y en pequeños lóbulos pulmonares para la ciudad.
Hay otras manzanas en proyecto y debido a ello el reformar las fachadas interiores de gran parte de las casas de la Dreta del Eixample está regulado y la normativa obliga a volver al diseño original. Nada de galerías cubiertas o toldos de mil colores. Si no existen planos o datos, se los inventan. Eso lo he podido comprobar recientemente.
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